JLM_retrato_6.jpg

Javier López Morton

Ver el mundo como es y no como me lo he imaginado es una experiencia fuerte. Vivir esa primera infancia en un mundo esfumado, en donde mi imaginación completa esa otra parte y en donde yo escojo como debe de ser. Con la inocencia de los seis años fabrico ese mundo ideal en el que me muevo.

Llegar a casa una tarde con unas pesadas gafas de pasta negra; par de fondos de botella no es cosa fácil. Son estas mis nuevos cómplices que me ayudan a entender mi entorno. Ese mundo que yo de alguna forma me había imaginado. Es tan fuerte esa sensación del nuevo descubrimiento que esa noche caigo abatido de cansancio al intentar descifrarlo; llega mi padre a quitarme mis nuevos aparejos y ponerlos sobre el buró.

Hoy me doy cuenta que tengo otro cómplice para entender mi mundo, ese que cambie a la llegada de mis primeras gafas que se convirtieron en pupilentes, – lentes de contacto -, de vuelta a los lentes que pueden dar una cierta onda, reflejo de aquellos de mi primera infancia, acompañados por una cómplice, mi negra, mi Nikon o tal vez la Polaroid o la Fuji, la que manejo a placer y en donde yo escojo el mundo que quiero ver.

En el tiempo queda, grabando en la luz que se refleja en mi memoria todas aquellas imágenes. En mi quehacer de fotógrafo, este maravilloso oficio me ayuda a reinventar ese mundo esfumado que deje a los seis o siete años con mis primeros lentes, ahora lo retomo y lo manejo a placer.